"Quitarse la capa". Artículo de Cati Coll, poeta, filósofa y activista de Obertament Balears

Durante mi adolescencia, la depresión endógena que me habitaba se caracterizó por tener un superpoder: el de la invisibilidad. Servidora le cosió durante años, con mucho cuidado, la capa que le otorgaba esta magna potestad. ¿Cómo asumir a solas que algo no iba nada bien dentro de mi cabeza? ¿Cómo explicar a mis padres, a mis amigos, que el mundo que me rodeaba se me aparecía lejano y no parecía afectarme? ¿Cómo resguardar tanta apatía, tristeza y dolor sin razón aparente bajo un mismo paraguas? ¿Cómo cerrarlo y dejar que el agua me borrara la máscara en medio de tantos prejuicios y tanta incomprensión?


Este es, en esencia, uno de los efectos del autoestigma y el estigma anticipado al que nos enfrentamos a menudo las personas afectadas por algún trastorno de salud mental (diagnosticado o no). Interiorizamos los significados sociales negativos atribuidos a nuestro trastorno y, en consecuencia, nos encomendamos muchas veces a nosotros mismos la misión imposible de guardar el secreto; maquinamos todo tipo de engaños y filigranas para que el entorno, cuando nos mire, no vea nada extraño. Tenemos miedo al rechazo y al desprecio social, así que luchamos para ser transparentes, y nos sujetamos la capa muy fuerte para que no salga volando en medio de un vendaval.


Hoy, con treinta y un años y después de haberme recuperado de tres fuertes recaídas, no puedo parar de pensar en cómo hubiera sido pasar por este trance en otras circunstancias. Me explico. ¿Y si hubiera existido un espacio donde sacarlo en la escuela, en el instituto, en casa? ¿Y si hubiera podido disponer de más información sobre este tema? ¿Y si hubiera podido conocer el testimonio de gente en mi misma situación? En definitiva: ¿y si no fuera un tema tabú? ¿Habría tardado también unos diez años en pedir ayuda? La respuesta, estoy segura, sería un no rotundo. Porque el silencio, cuando es impuesto, pesa más que una losa y hace del tiempo tu peor enemigo.


Hablemos. Hablemos de una vez, alto y claro, sin tabús, de salud mental. En casa, en el trabajo, en el bar, en las escuelas. Hablad más de ello, también, los profesionales de la medicina. Escuchemos y, sobre todo, dejemos hablar a aquellos compañeros que todavía están en proceso de recuperación y que permanecen invisibles.


Dejemos de mirar hacia otro lado. Una de cada cuatro personas sufre, ha sufrido o sufrirá un trastorno de salud mental a lo largo de su vida, según la OMS. Puede ser episódico o reincidente, puede ser tu hermano o tu compañero de trabajo, quizá mañana o quizá nunca. Pero por encima de todo, es, y su incidencia se convierte en demasiado real como para ser ignorada. Porque aquello que no se nombra, es como si no existiera. Hablar nos sienta bien y estamos juntos en esto. Pongamos voz a este silencio y dejemos volar la capa.

Artículo publicado en Diario de Mallorca el 10/10/2019 con motivo del Día Mundial de la Salud Mental