El estigma en las relaciones de pareja

Llevaba toda la vida inventando excusas. Callándome lo que verdaderamente me sucedía. Años de silencio que solo me causaronsufrimientos y amarguras. No pasaba un solo día en el que no me cuestionara si era peor lidiar con el trastorno o cargar con el peso del miedo a revelarlo. El temor me acompañaba siempre, latente e incesante, como si fuera mi sombra; mientras, me empeñaba en intentar, cada día, llevar una rutina mínimamente productiva.

Revelar a mi expareja que desde muy joven padezco un trastorno mental me resultó harto complicado. Sabía por experiencias anteriores que, si una relación comienza a ser seria, es importante no esconderlo. No quería demorarme. Debía darme la oportunidad de poder disfrutar de una relación sentimental sin caretas, siendo yo misma.

El día que abordé el tema me sentía nerviosa. No sabía cómo empezar. Aunque estaba convencida de que iba a sincerarme con la persona adecuada: comprensiva, sensible, empática...

—Esta semana tengo cita con el psicólogo —empecé.

—¿Y eso? ¿No estás bien conmigo? —respondió con los ojos como platos. ¡Uf!, pensé yo. Pero había cogido carrerilla.

—No tiene nada que ver con eso. Voy hace muchos años. Sufro de ansiedad, agorafobia y depresión.

—Agora… ¿qué?

—Agorafobia. Resumiendo, miedo a salir a la calle.

—¡Ah! ¡Sí! He visto una película que trataba de eso. Pero es de locos, ¿no? Y, además, ¡tú sales a la calle!

—Sí, claro. No te imaginas el trabajo que hay detrás para conseguirlo. Terapia, medicación... Ha habido temporadas que no he podido ni intentarlo.

—¡Encima tomas medicación! —respondió decepcionado.

Me vine abajo. La conversación no tomaba el camino que había imaginado. Pero no me di por vencida. Quería saber qué opinaba exactamente.

—Dime —le dije—, ¿qué se te pasa exactamente por la cabeza?

—Pues, para empezar, creo que los psicólogos son para personas débiles que no saben solucionar sus problemas solas. Que te engancharás a la medicación y llegará el día en que no podrás vivir sin ella. Que no me apetece nada convivir con una depresiva que lo vea todo negro y que esté siempre triste. Que si formáramos una familia, me costaría creer que fuera el entorno más adecuado para unas criaturas. Y encima, esa maldita agorafobia... ¡Miedo a salir a la calle! ¡Incomprensible! —respondió alteradísimo.

A esas alturas de la conversación, yo ya no daba crédito. Pero... aún había más:

—Por cierto —continuó como si se le hubiera ocurrido algo importante—. ¿Y los viajes?

—Si me lo preguntas ahora mismo, pues no, no viajo. Pero he tenido temporadas buenas en las que sí lo he hecho.

—Entonces, si nos casáramos... ¡no tendríamos luna de miel!

Esta conversación es completamente verídica, aunque —por razones obvias—, he omitido bastante. Cuando te decides a hablar, es posible que tengas que enfrentarte a este maldito estigma. Para muchas personas somos locos, bipolares, trastornados, débiles, flojos... y un largo etcétera. Si la sociedad respetara más a las personas que padecen algún tipo de trastorno mental, nosotros también lo haríamos hacia nosotros mismos. Sin embargo, muchas veces pasa todo lo contrario: nos sentimos señalados y aislados.

Os he contado un episodio que me sucedió en una relación sentimental, pero no es en el único ámbito en el que he sentido la fuerza del estigma. Puede darse en muchísimas circunstancias. Aquel empresario que teme contratarte porque no te ve capacitado para realizar un trabajo importante, o porque tiene la certeza de que te pasarás la mayoría del tiempo con una baja médica. El aplicado periodista que quiere captar la atención del lector utilizando el socorrido titular en el que justifica un caso violento por la presencia de una enfermedad mental. Cualquier vecino asustado que no quiere compartir con nosotros el edificio (no vaya a ser que, en un brote, nos dé por volarlo por los aires...). O incluso personal sanitario —incluido el de salud mental—, que se olvida fácilmente de que quien acude a la consulta es una persona, y nouna enfermedad.

Debido a que una de cada cuatro personas vamos a padecer una enfermedad mental — según la Organización Mundial de la Salud—, no deberíamos ignorar lo importante que es luchar contra esta lacra. Informar, visibilizar y normalizar debe convertirse en un trabajo de todos. Yo he decidido hacerlo. Primero, por todos esos años que me mantuve en silencio; y segundo, por aquellas personas que no pueden hacerlo o que todavía no han encontrado el momento.

Voy a darles mi voz.

Susana Pino

Activista de Obertament Balears